La Victoria. Fotografía del blog Vivienda al Día, del Instituto de la Vivienda (Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile) |
Esta modesta argumentación que se nos vino a la cabeza el viernes, con motivo de la muerte del sacerdote Pierre Dubois, se convirtió, sin quererlo, en tendencia en Twitter. Inesperadamente, después del fin de semana siguieron los retuiteos y las respuestas. La mayoría, según percepción propia y quizás interesada, concordando con la idea. Pero muchas, también, refutándola.
Pobladores "a mucha honra"
Ninguna de esas respuestas, sin embargo, era estrictamente contraria al tuiteo que las generó. Más bien hablaban de otra cosa.
Claro que hay orgullo entre miles de habitantes de poblaciones que se originaron en tomas de terrenos, que bien puede llevarlos a autodenominarse "pobladores", y a mucha honra.
Pero no hablábamos de eso.
Sí planteábamos un cuestionamiento al lenguaje de terceros (no de los pobladores o vecinos de La Victoria, La Legua, Lo Hermida o La Pincoya) que consciente o involuntariamente marca diferencias entre personas iguales. El lenguaje que usamos los que no vivimos allí; el que usan los medios de comunicación y quienes trabajamos en ellos; el que emplean autoridades y políticos.
Admitamos que los vecinos gozan de mayores consideraciones en los mismos medios que los pobladores. No ignoremos la connotación que la mayoría de las veces tienen las noticias que hablan de "pobladores", y cuán distinta es de la connotación que tienen los hechos protagonizados por "vecinos".
Convengamos que un "poblador" suele tener menos oportunidades de empleo que un "vecino".
Ambos términos no son, por lo demás, de ninguna manera excluyentes. Un vecino de La Victoria puede llamarse orgullosamente poblador, si así lo siente (cuestión que algunos aseguran que todos harían, arrogándose una curiosa representatividad de personas distintas), pero no por ser poblador deja de ser vecino.
Vicios del lenguaje público
Lo interesante es que en la comunicación pública discutamos el asunto y busquemos el mejor lenguaje; el más igualitario y respetuoso de la idéntica dignidad que todos tenemos.
Es un tema que convoca particularmente a los periodistas y a los medios.
Porque no sólo existe la dimensión de "vecinos" y "pobladores", o de "residentes" y "lugareños".
Detrás de estos y muchos otros vicios del lenguaje público está la misma lógica que lleva todavía a muchos a tratar con un paternalista y seudoafectivo "don", doña" o "señora" a ciudadanos de cierto nivel socioeconómico "para abajo", mientras que se usa nombre y apellido para aludir a aquéllos que son identificados con un nivel socioeconómico superior.
"Es que es por respeto", suele argumentarse, precisamente hacia los "más humildes" de la sociedad.
Y así escuchamos a diario en notas y reportajes, que "la señora Mercedes" espera horas en la Posta Central, y que "don Manuel" cría con esfuerzo sus cabras en Punitaqui. Pero si hablamos de una clienta del Parque Arauco, es "Macarena López", y si el tema es la caída del dólar, el entrevistado es "el economista Sebastián Vial".
Equívoco respeto. Si todos somos iguales, todos debiéramos tratarnos con la misma consideración. Doña Mercedes debiera ser "Mercedes Gutiérrez, paciente de la Posta" o "Mercedes Gutiérrez, vecina de San Miguel", y el pequeño parcelero de Punitaqui debiera ser "Manuel Muñoz, criancero de Punitaqui" o la expresión que mejor defina su oficio.
Son simples y muy perfectibles criterios, que debieran formar parte de esos "manuales de estilo" que tanta falta hacen en nuestros medios.
Volviendo al tuiteo que motiva estas reflexiones, algunos lo descalificaron por referirse "sólo" al lenguaje, supuestamente mucho menos importante que las "acciones" concretas, que de verdad discriminarían.
El argumento era que estábamos siendo frívolos por "quedarnos en eso".
Pero resulta que el lenguaje sí es una acción humana. Simplemente usando palabras podemos herir a nuestros semejantes. Con adjetivos podemos humillar a alguien. El lenguaje sí puede discriminar, aislar y excluir.
Empecemos por el lenguaje.