Este post y los que siguen son muy anteriores. En su momento, colaboraciones al blog de radio Duna. Son "reflotados" aquí como antecedentes de una nueva etapa.
1. Una observación de coyuntura: El revuelo de estos días en torno al indulto levanta principios morales y disquisiciones institucionales de fondo, pero parece desmedido: Tal como ocurrió para el Jubileo del año 2000, en una población superior a los 50 mil reclusos, apenas un par de miles serían los favorecidos con libertad inmediata. La mayoría de los beneficiarios posibles ya están libres, cumpliendo penas alternativas o en regímenes de libertad parcial.
No se entiende por qué estamos discutiendo sobre violadores de los derechos humanos, si ellos no están ni estarán nunca en un indulto de este tipo. La vez pasada quedaron fuera todos los homicidas, violadores, narcotraficantes, asaltantes, cogoteros... todos los reincidentes, todos los que tenían antecedentes anteriores, y todos los que no habían tenido buena conducta en la cárcel.
2. ...Y una reflexión de fondo:
Se ha dicho que la presidenta Bachelet se perdió una oportunidad al desechar el indulto a los condenados por crímenes contra los derechos humanos que actuaron cumpliendo órdenes, lo que sería especialmente lamentable considerando la historia personal de la presidenta Bachelet.
Pero si la presidenta fue víctima de esas violaciones de los derechos humanos, lo mismo que su madre y sobre todo su padre, debiéramos recordar que el derecho y la justicia, por definición, deben separarse de los sentimientos de las víctimas. El derecho existe precisamente para que no sean esos sentimientos los que se impongan; incluso, para proteger de ellos a las propias víctimas, que comprensible pero no justificadamente podrían abrir espacio a la venganza en vez de la justicia.
Lo que pasa es que esta consideración se nos olvida a diario, porque estamos llenos de políticos populistas que suelen atosigarnos con el discurso "políticamente correcto" que se enfoca sólo en las víctimas de la delincuencia, y que a veces hasta llega a validar la autodefensa personal en reemplazo del derecho. Y mucha gente, impresionada por la crueldad y la inherente injusticia de la delincuencia, tiende a acoger esa monserga.
Pero el derecho y el sistema de justicia existen precisamente para que no sean las víctimas las que determinen qué se hace con los criminales. Y si sacamos a las víctimas de esa esfera de decisiones, ¿por qué tendríamos que pedirles que sean ellas las que perdonen a los criminales? Parece injusto.
Si en el debate sobre el indulto tenemos en cuenta que la presidenta es una víctima, tendríamos que pensar: Tal como no queremos que como tal haya sido la encargada de juzgar y condenar, porque no está habilitada para eso, no tenemos derecho a pedirle que anule juicios y quite o rebaje condenas.
Negamos a las víctimas el derecho a juzgar, y en buena hora, pero las respetamos como tales y todos compartimos el anhelo de justicia para ellas. De la misma manera, debemos negarles a facultad de cambiar condenas, y más bien preocuparnos de mantener la justicia para ellas.
martes, 21 de julio de 2009
Convergencia
Las palabras mágicas del momento, después de la encuesta CEP, son estabilidad, continuidad, moderación, gobernabilidad... Convergencia, más que polarización. También “estructura” por sobre “coyuntura”.
Queda claro que son las dos grandes coaliciones políticas las que de verdad disputan el poder, ambas con anclajes potentes en el centro, y las opciones que se alejan de ese centro pierden fuerza... mientras más se alejen. Los irrisorios “unos por ciento” de los candidatos menos favorecidos son elocuentes.
Enríquez-Ominami no está en esa categoría, porque no emerge del flanco izquierdo. Él cuestiona el establishment de la Concertación, pero su pelea es más generacional que ideológica. Con sus propuestas privatizadoras y tributarias, e incluso valóricas, está más en el centro liberal que en ninguna otra parte.
Los chilenos se ven contentos con el estado de la situación y sorprendentemente optimistas frente al futuro. Dejándonos de cosas, el CEP muestra un país bien glorioso, considerando la crisis global (en lo coyuntural) y el contexto vecinal (que parece un penoso cuadro estructural de sistemas capturados por caudillos, sin partidos, con democracias frágiles y corruptas).
Piñera (que sigue primero y aun con la repartición de todos los votos de quienes no pasen a segunda vuelta continúa ganando la elección, hasta ahora) y Frei son los dos candidatos más centristas que hayan disputado un gobierno en la historia chilena. Más allá de los “gestos” a los extremos, las palabras duras, los ataques... Enríquez-Ominami ha insistido siempre en que Alianza y Concertación son más o menos lo mismo; que Piñera y Frei son más o menos lo mismo. Diría que tiene razón, y que lo que los chilenos quieren... es eso mismo.
Parece que llegó el momento de evaluar cuánto sirve el discurso del cambio. Las grandes mayorías no están demostrando querer “el” cambio, aunque todos queramos muchos cambios. La evaluación de la presidenta, del gobierno, del ministro Velasco, nos hablan de aprobación del estado y (ojo) la marcha de las cosas. Más que eso: Parece que nos hablan de satisfacción frente al estado y la marcha de las cosas. Y más que eso: Nos hablan de confianza en el futuro de las cosas.
Si ya nos asomamos a julio, si el desempleo real (todavía no reflejado en las cifras, que en realidad conoceremos por septiembre) ya bordea el 11 a 12 por ciento, y la mayoría sigue tan contenta, cabe preguntarse si acaso la famosa crisis ya no pasó la cuenta al gobierno y la Concertación, y si la campaña no tendría que ir más bien por otro lado.
Queda claro que son las dos grandes coaliciones políticas las que de verdad disputan el poder, ambas con anclajes potentes en el centro, y las opciones que se alejan de ese centro pierden fuerza... mientras más se alejen. Los irrisorios “unos por ciento” de los candidatos menos favorecidos son elocuentes.
Enríquez-Ominami no está en esa categoría, porque no emerge del flanco izquierdo. Él cuestiona el establishment de la Concertación, pero su pelea es más generacional que ideológica. Con sus propuestas privatizadoras y tributarias, e incluso valóricas, está más en el centro liberal que en ninguna otra parte.
Los chilenos se ven contentos con el estado de la situación y sorprendentemente optimistas frente al futuro. Dejándonos de cosas, el CEP muestra un país bien glorioso, considerando la crisis global (en lo coyuntural) y el contexto vecinal (que parece un penoso cuadro estructural de sistemas capturados por caudillos, sin partidos, con democracias frágiles y corruptas).
Piñera (que sigue primero y aun con la repartición de todos los votos de quienes no pasen a segunda vuelta continúa ganando la elección, hasta ahora) y Frei son los dos candidatos más centristas que hayan disputado un gobierno en la historia chilena. Más allá de los “gestos” a los extremos, las palabras duras, los ataques... Enríquez-Ominami ha insistido siempre en que Alianza y Concertación son más o menos lo mismo; que Piñera y Frei son más o menos lo mismo. Diría que tiene razón, y que lo que los chilenos quieren... es eso mismo.
Parece que llegó el momento de evaluar cuánto sirve el discurso del cambio. Las grandes mayorías no están demostrando querer “el” cambio, aunque todos queramos muchos cambios. La evaluación de la presidenta, del gobierno, del ministro Velasco, nos hablan de aprobación del estado y (ojo) la marcha de las cosas. Más que eso: Parece que nos hablan de satisfacción frente al estado y la marcha de las cosas. Y más que eso: Nos hablan de confianza en el futuro de las cosas.
Si ya nos asomamos a julio, si el desempleo real (todavía no reflejado en las cifras, que en realidad conoceremos por septiembre) ya bordea el 11 a 12 por ciento, y la mayoría sigue tan contenta, cabe preguntarse si acaso la famosa crisis ya no pasó la cuenta al gobierno y la Concertación, y si la campaña no tendría que ir más bien por otro lado.
La convocatoria del centro
Cuesta comprender el lenguaje de los candidatos y sus huestes.
En el Plebiscito de 1988, el “No” ganó al “Sí” con holgura, y se ha reiterado hasta la majadería qué fue lo que resultó tan bien para la entonces oposición, y qué fracasó para el gobierno: El mensaje alegre, convocador, desterrador de los miedos que tuvo la campaña del “No”, y el mensaje disociador y alarmista de la campaña del “Sí”, respectivamente. Una gran mayoría de chilenos no sólo quería democracia; también ansiaba sentirse convocada, partícipe, acogida y no amenazada. No fue la izquierda la que hizo ganar al “No”; fue la inmensa mayoría moderada y sensata.
En la presidencial de 1989, Aylwin arrasó con una holgada mayoría absoluta superior al 55 por ciento, más o menos por los mismos motivos. Büchi no alcanzó a llegar al 30 por ciento. Y si no hubiera sido porque Errázuriz logró más del 15 por ciento con un discurso, precisamente, apuntado al centro político (haya sido creíble o no), quizás cuánta habría sido la distancia entre Aylwin y Büchi.
En 1993, Frei batió todos los records con su mayoría histórica del 58 por ciento, gracias a la solidez de la Concertación, a su apellido, a la debilidad y derrotismo de la oposición... pero también a un discurso moderado, de centro, respetuoso y casi amistoso con Alessandri, y a un mensaje de sensatez económica, de libre mercado, de crecimiento económico. José Piñera y Max Neff consiguieron el 6,2 y el 5,5 por ciento, respectivamente... y no con mensajes antisistémicos: Sólo alternativos. El lenguaje más rupturista corrió por cuenta de Pizarro, que no alcanzó al 5 por ciento.
En 1999, un Lavín volcado al centro y al voto popular, buscando distanciarse del régimen militar (con grandes dificultades por estar Pinochet detenido en Londres) y con un lenguaje convocador y positivo que dio vuelta todos los paradigmas de la política chilena, puso en peligro grave al Lagos de la primera vuelta, que intentó inclinarse a la autoflagelación de parte de la izquierda y a la confrontación. Sólo la corrección de la segunda vuelta después de “escuchar a la gente” (o sea, a las inmensas mayorías moderadas) le permitió remontar y vencer en 2000 por un urgido 51 por ciento, frente al casi 49 por ciento de Lavín. Y no olvidemos que en la primera vuelta, la candidata más dura, Gladys Marín, había obtenido apenas el 3 por ciento de los votos. Eso rinden los extremos... (Hirsh y Sara Larraín, no se acercaron ni al 1 por ciento).
En 2005, la Alianza por primera vez superó a la Concertación en la primera vuelta, gracias a dos candidatos que “se pelearon” por buscar el centro. Piñera (25 por ciento) fue mucho más decidido en ese cometido, con su apelación al humanismo cristiano y a la clase media, y Lavín (23 por ciento) sucumbió al peor consejo de sus asesores, al buscar diferenciarse por el flanco derecho... Claro: Fue Piñera el que disputó con Bachelet la segunda vuelta. El candidato más centrista de la historia de la derecha logró más que el “Sí” (46,5 por ciento), frente al 53,5 por ciento de la actual presidenta. No olvidemos que en la primera vuelta el único candidato “extra”, que reunió a todas las fuerzas ubicadas fuera de los cauces del centro (¡el único!) fue Hirsch, que apenas superó el 5 por ciento.
Los datos están ahí. Por eso a tantos les cuesta entender que la estrategia de Frei y los suyos consista en tan poco más que en atacar a Piñera, y que de vuelta no haya mejor ocurrencia que atacar a Frei... ¿Acaso no ven la alta popularidad de la Presidenta, con su ya consolidado estilo convocador y empático, concitador de apoyos mayoritarios y moderados? ¿Acaso no ven el respaldo de una inmensa mayoría, superior a todas las alcanzadas por los presidentes electos de estas décadas, al paladín de la sensatez y la contención económica, como es el ministro de Hacienda? Contención, sensatez, moderación, centro... ¿No han estado siempre por ahí las claves para no seguir hastiando a las grandes mayorías ya indigestas con tanta beligerancia, al punto que cada día se inclinan más por buscar una alternativa, según las últimas encuestas?
En el Plebiscito de 1988, el “No” ganó al “Sí” con holgura, y se ha reiterado hasta la majadería qué fue lo que resultó tan bien para la entonces oposición, y qué fracasó para el gobierno: El mensaje alegre, convocador, desterrador de los miedos que tuvo la campaña del “No”, y el mensaje disociador y alarmista de la campaña del “Sí”, respectivamente. Una gran mayoría de chilenos no sólo quería democracia; también ansiaba sentirse convocada, partícipe, acogida y no amenazada. No fue la izquierda la que hizo ganar al “No”; fue la inmensa mayoría moderada y sensata.
En la presidencial de 1989, Aylwin arrasó con una holgada mayoría absoluta superior al 55 por ciento, más o menos por los mismos motivos. Büchi no alcanzó a llegar al 30 por ciento. Y si no hubiera sido porque Errázuriz logró más del 15 por ciento con un discurso, precisamente, apuntado al centro político (haya sido creíble o no), quizás cuánta habría sido la distancia entre Aylwin y Büchi.
En 1993, Frei batió todos los records con su mayoría histórica del 58 por ciento, gracias a la solidez de la Concertación, a su apellido, a la debilidad y derrotismo de la oposición... pero también a un discurso moderado, de centro, respetuoso y casi amistoso con Alessandri, y a un mensaje de sensatez económica, de libre mercado, de crecimiento económico. José Piñera y Max Neff consiguieron el 6,2 y el 5,5 por ciento, respectivamente... y no con mensajes antisistémicos: Sólo alternativos. El lenguaje más rupturista corrió por cuenta de Pizarro, que no alcanzó al 5 por ciento.
En 1999, un Lavín volcado al centro y al voto popular, buscando distanciarse del régimen militar (con grandes dificultades por estar Pinochet detenido en Londres) y con un lenguaje convocador y positivo que dio vuelta todos los paradigmas de la política chilena, puso en peligro grave al Lagos de la primera vuelta, que intentó inclinarse a la autoflagelación de parte de la izquierda y a la confrontación. Sólo la corrección de la segunda vuelta después de “escuchar a la gente” (o sea, a las inmensas mayorías moderadas) le permitió remontar y vencer en 2000 por un urgido 51 por ciento, frente al casi 49 por ciento de Lavín. Y no olvidemos que en la primera vuelta, la candidata más dura, Gladys Marín, había obtenido apenas el 3 por ciento de los votos. Eso rinden los extremos... (Hirsh y Sara Larraín, no se acercaron ni al 1 por ciento).
En 2005, la Alianza por primera vez superó a la Concertación en la primera vuelta, gracias a dos candidatos que “se pelearon” por buscar el centro. Piñera (25 por ciento) fue mucho más decidido en ese cometido, con su apelación al humanismo cristiano y a la clase media, y Lavín (23 por ciento) sucumbió al peor consejo de sus asesores, al buscar diferenciarse por el flanco derecho... Claro: Fue Piñera el que disputó con Bachelet la segunda vuelta. El candidato más centrista de la historia de la derecha logró más que el “Sí” (46,5 por ciento), frente al 53,5 por ciento de la actual presidenta. No olvidemos que en la primera vuelta el único candidato “extra”, que reunió a todas las fuerzas ubicadas fuera de los cauces del centro (¡el único!) fue Hirsch, que apenas superó el 5 por ciento.
Los datos están ahí. Por eso a tantos les cuesta entender que la estrategia de Frei y los suyos consista en tan poco más que en atacar a Piñera, y que de vuelta no haya mejor ocurrencia que atacar a Frei... ¿Acaso no ven la alta popularidad de la Presidenta, con su ya consolidado estilo convocador y empático, concitador de apoyos mayoritarios y moderados? ¿Acaso no ven el respaldo de una inmensa mayoría, superior a todas las alcanzadas por los presidentes electos de estas décadas, al paladín de la sensatez y la contención económica, como es el ministro de Hacienda? Contención, sensatez, moderación, centro... ¿No han estado siempre por ahí las claves para no seguir hastiando a las grandes mayorías ya indigestas con tanta beligerancia, al punto que cada día se inclinan más por buscar una alternativa, según las últimas encuestas?
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