Cuesta comprender el lenguaje de los candidatos y sus huestes.
En el Plebiscito de 1988, el “No” ganó al “Sí” con holgura, y se ha reiterado hasta la majadería qué fue lo que resultó tan bien para la entonces oposición, y qué fracasó para el gobierno: El mensaje alegre, convocador, desterrador de los miedos que tuvo la campaña del “No”, y el mensaje disociador y alarmista de la campaña del “Sí”, respectivamente. Una gran mayoría de chilenos no sólo quería democracia; también ansiaba sentirse convocada, partícipe, acogida y no amenazada. No fue la izquierda la que hizo ganar al “No”; fue la inmensa mayoría moderada y sensata.
En la presidencial de 1989, Aylwin arrasó con una holgada mayoría absoluta superior al 55 por ciento, más o menos por los mismos motivos. Büchi no alcanzó a llegar al 30 por ciento. Y si no hubiera sido porque Errázuriz logró más del 15 por ciento con un discurso, precisamente, apuntado al centro político (haya sido creíble o no), quizás cuánta habría sido la distancia entre Aylwin y Büchi.
En 1993, Frei batió todos los records con su mayoría histórica del 58 por ciento, gracias a la solidez de la Concertación, a su apellido, a la debilidad y derrotismo de la oposición... pero también a un discurso moderado, de centro, respetuoso y casi amistoso con Alessandri, y a un mensaje de sensatez económica, de libre mercado, de crecimiento económico. José Piñera y Max Neff consiguieron el 6,2 y el 5,5 por ciento, respectivamente... y no con mensajes antisistémicos: Sólo alternativos. El lenguaje más rupturista corrió por cuenta de Pizarro, que no alcanzó al 5 por ciento.
En 1999, un Lavín volcado al centro y al voto popular, buscando distanciarse del régimen militar (con grandes dificultades por estar Pinochet detenido en Londres) y con un lenguaje convocador y positivo que dio vuelta todos los paradigmas de la política chilena, puso en peligro grave al Lagos de la primera vuelta, que intentó inclinarse a la autoflagelación de parte de la izquierda y a la confrontación. Sólo la corrección de la segunda vuelta después de “escuchar a la gente” (o sea, a las inmensas mayorías moderadas) le permitió remontar y vencer en 2000 por un urgido 51 por ciento, frente al casi 49 por ciento de Lavín. Y no olvidemos que en la primera vuelta, la candidata más dura, Gladys Marín, había obtenido apenas el 3 por ciento de los votos. Eso rinden los extremos... (Hirsh y Sara Larraín, no se acercaron ni al 1 por ciento).
En 2005, la Alianza por primera vez superó a la Concertación en la primera vuelta, gracias a dos candidatos que “se pelearon” por buscar el centro. Piñera (25 por ciento) fue mucho más decidido en ese cometido, con su apelación al humanismo cristiano y a la clase media, y Lavín (23 por ciento) sucumbió al peor consejo de sus asesores, al buscar diferenciarse por el flanco derecho... Claro: Fue Piñera el que disputó con Bachelet la segunda vuelta. El candidato más centrista de la historia de la derecha logró más que el “Sí” (46,5 por ciento), frente al 53,5 por ciento de la actual presidenta. No olvidemos que en la primera vuelta el único candidato “extra”, que reunió a todas las fuerzas ubicadas fuera de los cauces del centro (¡el único!) fue Hirsch, que apenas superó el 5 por ciento.
Los datos están ahí. Por eso a tantos les cuesta entender que la estrategia de Frei y los suyos consista en tan poco más que en atacar a Piñera, y que de vuelta no haya mejor ocurrencia que atacar a Frei... ¿Acaso no ven la alta popularidad de la Presidenta, con su ya consolidado estilo convocador y empático, concitador de apoyos mayoritarios y moderados? ¿Acaso no ven el respaldo de una inmensa mayoría, superior a todas las alcanzadas por los presidentes electos de estas décadas, al paladín de la sensatez y la contención económica, como es el ministro de Hacienda? Contención, sensatez, moderación, centro... ¿No han estado siempre por ahí las claves para no seguir hastiando a las grandes mayorías ya indigestas con tanta beligerancia, al punto que cada día se inclinan más por buscar una alternativa, según las últimas encuestas?
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