En Brasil, la última encuesta le está dando 59 por ciento de preferencias al candidato de la ultraderecha, Jaír Bolsonaro.
En Alemania, el partido de la ultraderecha AFD acaba de ganar 11 escaños en el parlamento de Bavaria, quitándole la mayoría absoluta al Partido Cristiano Demócrata de Angela Merkel. Ya es el principal partido de oposición alemán.
En España, las encuestas ya anticipan que el partido ultraderechista Vox podría entrar al Congreso de los Diputados en las próximas elecciones; su militancia ha crecido y hace una semana hizo noticia al juntar a casi diez mil personas en un acto público.
Si en el Reino Unido se están aislando de Europa en el proceso que conocemos como el Brexit; los de Vox también postulan aislar la península de la Unión Europea.
En Francia, el Frente Nacional es la segunda fuerza política, y su líder Marine LePen disputó la segunda vuelta presidencial a Emanuel Macron. La izquierda quedó desplazada.
En Italia, gobierna una curiosa coalición de derecha, antieuropea, anti democracia representativa, antisistema, que es todo un símbolo de los tiempos.
En Suecia, Austria, Dinamarca y otros países de Europa, incluso los que estuvieron en la órbita soviética como Polonia, la ultraderecha es tercera, segunda o incluso primera fuerza política.
En Estados Unidos Donald Trump no da visos de debilitarse cuando llega ya a la mitad de su mandato; veremos cómo le va en las elecciones legislativas de unos días más.
En Chile, los 20 años de la detención de Pinochet en Londres y las simpatías que su figura vuelve a despertar en un sector de la política chilena; el sólo hecho de que alguien se atreva en el Ejército a homenajear a un criminal de lesa humanidad generando aplausos; y tendencias como el apoyo mayoritario a la mano dura o a la salida de inmigrantes, son señales que hay que mirar.
Hay un tremendo desafío a las conciencias democráticas.
Tiene que ver con respuestas a la gente.
El mundo no es el que creíamos que era.
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