El gobierno ha mostrado con el control preventivo de identidad a los menores de 18, cuán bajo se puede caer si se trata de responder a los instintos más básicos que podemos tener como ciudadanos. Sobre todo si tenemos poca instrucción, o si estamos desinformados.
La oposición ha mostrado desde hace tiempo una vergonzosa incapacidad para actuar como tal y, seamos francos, para proponer nada.
Pero, curiosamente, en este debate una parte de ella ha mostrado una extraña dignidad, al criticar el proyecto con argumentos mejor fundados, pagando el costo de ser impopular.
Al menos en esto, la oposición no está jugando con puntos más o puntos menos en las encuestas. Al menos en esto, sobre el gobierno recaen en cambio las peores sospechas.
No hay organismo técnico ni centro de estudios con especialidad en el área de la seguridad pública que haya respaldado la propuesta oficialista. Todos los expertos han hecho ver lo mala que es la idea.
La experiencia comparada es contundente. No hay sociedad que haya puesto a raya a los delincuentes con medidas como ésas.
Varias ciudades de Estados Unidos están entre las 50 del mundo con más homicidios por cada cien mil habitantes (un grupo donde, ojo, no hay ninguna ciudad chilena). Y en el país más poderoso del mundo, los controles preventivos son famosos, porque se los ve como la manera típica de hostilizar a las minorías negras e hispanas.
¿Sabe usted dónde el control de todos los movimientos de la gente era el pan de cada día? En el estado policial más cruel y duradero de la historia humana: el soviético. Y esa vigilancia se tradujo en la eliminación de millones de ciudadanos.
En uno de los países con la mejor seguridad del mundo, Japón, el policía está en el barrio y conoce por su nombre a cada vecino; todas las mañanas da los buenos días a la gente que protege, no que controla; y el “omawarisan”, que así se llama, recibe de vuelta la reverencia de esos vecinos.
En Chile, estamos viviendo los tiempos del mayor fraude al Estado de la historia, el “Pacogate”; el peor escándalo de falsificación de pruebas: la operación Huaracán; el engaño policial más brutal que se recuerde, cuando mataron a Catrillanca; las muestras más patéticas de manejo en el control del orden público, como las que han dado esos carabineros que operan carros lanzaaguas a pocos metros de los manifestantes.
Los expertos lo advierten: Hay que mejorar muchas cosas dentro de Carabineros, antes de darles nuevas atribuciones.
No son tiempos para darles más facultades, sino menos. Lo que hay que darles son más capacidades.
Controlar a las personas no debiera ser su función; protegerlas debiera ser su vocación.
Pillar a los delincuentes no tiene por qué ser sinónimo de afectar a los inocentes.
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