El gobierno optó por sacar del cargo al intendente de la Araucanía. Más que una renuncia asumiendo responsabilidades, fue una salida forzada, con recriminaciones en lugar de autocrítica.
No es lo que pasa en democracias asentadas, donde las responsabilidades se asumen con todo, reconociendo los errores, descontaminando a los que se quedan y permitiendo reconstruir en un escenario nuevo.
Pero, al menos, la válvula de escape se abrió, la acusación constitucional que venía se cayó y los dardos contra el ministro del Interior probablemente van a quedar limitados a la interpelación ya aprobada en la Cámara de Diputados, sin mayores consecuencias.
Eso, en lo político.
En lo policial, dados de baja ya los carabineros directamente vinculados con el caso Catrillanca y pasados a retiro los mandos regionales, el foco puede empezar a ponerse ahora en la recomposición de la convivencia en la Araucanía y en soluciones nacionales a futuro, por una parte; y en la reforma a la policía y el resguardo de la seguridad pública en la región, por la otra.
La gran diferencia que debiera marcarse de aquí en adelante es que todas esas cosas tienen que conversar, ser coherentes. No como hasta ahora, con Plan Araucanía por un lado y Comando Jungla por el otro.
Ahí está lo difícil, porque junto con restaurar el diálogo no se puede abandonar, por ejemplo, la prevención, la investigación y la sanción de los hechos de violencia, que han recrudecido después de la muerte de Camilo Catrillanca.
En una semana, suman decenas los atentados violentos a predios, galpones, viviendas, templos, recintos de veraneo y vehículos. Ninguno fue detectado antes ni menos evitado; ¿cuántos detenidos, cuántos imputados hay? ¿Se está inhibiendo la policía? ¿De qué sirve entonces que hasta hoy, la fuerza especial instalada en la zona siga allí? ¿Es inapta? ¿Es inepta?
La consecuencia de todo esto no es otra que la impunidad.
Pero lo que todos tenemos que entender es que un trabajo eficaz y legítimo en el ámbito de la seguridad, no puede ir separado ni menos ser contradictorio con la restauración de la convivencia y de la paz.
La historia muestra que siempre, siempre, cuando no hay paz, pierden los que no tienen o no pueden usar la fuerza.
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