El debate sobre la reforma tributaria está plagado de consignas baratas y nos obliga a separar la mitología de la realidad.
Hablamos de impuestos, de plata, de política fiscal, de inversión. Nada de eso es sagrado. No se justifican las declaraciones altisonantes ni las condiciones intransables.
Lo primordial es lograr un sistema más justo, más “crecedor” y más simple.
Si queremos ser justos en serio, habría que partir bajando el IVA, uno de los impuestos más regresivos que hay: castiga a los más pobres, porque se gastan todo lo que ganan en consumo (consumo que paga IVA)… y favorece a los ricos, porque ellos apenas consumen una fracción de sus ingresos, y el resto lo ahorran o lo invierten, con hartos beneficios.
Pero nadie se atreve a tocar el IVA, porque recauda mucha plata. Las autoridades y los políticos no quieren que ni hablemos del IVA. Es el impuesto más cómodo para ellos.
A veces la mitología es fabricada. Por ejemplo, cuando los partidarios de la reforma del gobierno defienden la integración tributaria, porque traería “equidad horizontal”, con impuestos similares para el capital y el trabajo.
¿Y desde cuándo la equidad aplica a conceptos, como son capital y trabajo?
La equidad tiene que ser entre personas. Y con la integración total, los ricos tienen más ventajas que los pobres. Claro, porque les permite descontar de sus impuestos personales lo que sus empresas ya pagaron. Sí, hay profesionales medios y pymes que pueden ser favorecidos… pero los pobres no tienen empresas de dónde descontar impuestos.
La integración sólo podría ser progresiva si subieran las tasas de impuestos personales a los que tienen mayores ingresos.
En la vereda opuesta, muchos opositores a la reforma confunden todo, y quieren castigar a las empresas, metiéndolas en el saco de “los ricos”.
Con argumentos como del siglo 19, pasan por alto que las empresas son colectivos formados por capital y trabajo: por capitalistas y trabajadores; muchos de esos capitalistas, por lo demás, son pequeños accionistas, ya sea directos o a través, por ejemplo, de los fondos de pensiones.
No: no es las empresas a las que hay que castigar: es a sus dueños y controladores a los que hay que exigir más.
El coeficiente de Gini, que es el instrumento internacional más reconocido para medir la desigualdad, va a mejorar si emparejamos la cancha entre los chilenos personas, no si le ponemos la pista pesada a las empresas donde los chilenos trabajamos.
Menos mitología, menos ideología y, por favor, mejores argumentos.
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